Mirem se siente en completa paz en el río. Nunca extrañó el cambio de estaciones, ni el bacalao, inclusive ni siquiera extrañó a su familia, y a pesar de que su acento ibérico sigue intacto, su personalidad se adaptó rápidamente al escándalo y al calor de Choroní. El amor de Sergio ayudó, ese vértigo de felicidad permanente que ni siquiera sus malos pasos han logrado apaciguar.
Shoco se acerca al río sola, su madre y su tía se quedaron en el shabono preparando la yuca para el cazabe mientras ella, escabulléndose de sus miradas y estrenando su adultez recién cumplida, ejerció su primera decisión de mujer fértil y se escapó para darse un baño lento y largo que le apaciguara el calor. Apenas despunta en una adolescencia avispada y rebelde que adorna con arabescos de onoto en su cara. Es una flor feliz.
Carlos y el Chino la miran, nerviosos pero decididos, van a cobrarse los varios millones que Sergio les adeuda por la cocaína que nunca pagó. El Chino, piensa que a pesar de que la van a secuestrar, él podría complacerla en todo, convertirla en su reina, mimarla hasta el hastío. Hipnotizado por su figura delgada, anhela convencerla de irse con él, de abandonar a Sergio, de huir a ese lugar mítico en el cual ella nació y donde nieva a orillas del mar y fuman marihuana delante de los policías.
Mientras se sumerge en el agua, escucha los ruidos de la selva, los monos y su escándalo, las guacamayas que gritan mientras vuelan, los bachacos que marchan, la llovizna eterna que cae. Ella sabe que no debería estar sola, pero sabe también que de ahora en adelante es dueña absoluta de sus decisiones. Justo en ese momento, mientras flota con la panza hacia arriba, los hombres, escondidos en la bruma selvática, deciden abalanzarse sobre ella y llevársela.
Apenas logra ver a las dos figuras que la amenazan con un puñal en el cuello, amarran a Mirem y le cubren la cara con una tela. Forcejea. Sabe que Sergio y su vicio tienen que ver con los rasguños y estrujones que seguramente se convertirían en hematomas. No hay testigos, a plena luz del día ella es raptada y trasladada a empujones a una camioneta que la lleva a un rancho a medio terminar en las afueras de Choroní.
Con las muñecas y los tobillos amarrados y suspendida en una vara, los hombres llevan a Shoco. El shabono de plátano-teri se ha quedado sin mujeres y el de zinc-teri, más débil en fuerzas pero rico en hembras, es un blanco fácil para los guerreros que han vigilado a Shoco durante semanas. El pánico la enmudeció, sólo mira hacia arriba las heridas brillantes que el sol hace en la túnica vegetal de la selva. Escucha que volverán, que raptarán a otras; los hombres se ríen y elevan cantos de victoria mientras ella piensa frenéticamente en cómo escapar. El dolor en las muñecas es insoportable, sabe que sangra y que su familia debe estar alarmada por su ausencia. Sabe también que en poco tiempo comenzará la búsqueda, sabe que no debe hacer ruido ni demostrar insolencia.
Sedienta, vendada y atemorizada, habla, pregunta frenéticamente la razón de su secuestro, ofrece dinero, habla de los euros que guarda en su cuenta española, promete no denunciarlos; con la voz quebrada susurra que tiene la boca seca. Siente el dolor de sus muñecas mallugadas, tiembla sin control y piensa que pronto Sergio llamará al celular que se quedó abandonado en el río, sospechará de su ausencia y empezará a buscarla.
En el tiempo eterno que ha transcurrido, ha urdido varios planes de escapatoria, todos improbables. Está segura de que si grita, la golpearán; así que en silencio trata de identificar a los hombres, de adivinar sus caracteres, de percibir alguna rendija en sus fuerzas que ella pudiera aprovechar para escapar, pero es en vano, los hombres son una masa uniforme de poder que la aleja de su familia y la lleva al infierno de pertenecer a extraños.
Los secuestradores, sobresaltados y eufóricos, susurran entre sí sobre el destino de su botín, tratando que ella no los escuche y los reconozca. Carlos propone cobrarse en la carne blanca de la españolita el dinero, el Chino se niega y argumenta que Sergio los perseguiría hasta matarlos. Ambos acuerdan esperar a que pasen algunas horas mientras deciden qué hacer. Mientras tanto, hace la lista mental de los enemigos de Sergio y se da cuenta de que una enorme cantidad de personas, tanto en Choroní, como en Maracay e incluso fuera del país, tendrían motivos suficientes para querer cobrarle cuentas pendientes. Sergio y sus promesas de amor eterno, Sergio y sus infidelidades obvias, Sergio y su nariz ávida de polvo blanco.
Los hombres están cansados, ella no siente las manos ni los pies. La sueltan bruscamente en el suelo y ellos se echan cerca de ella. Una flecha cae junto a sus manos, Shoco sabe que, en un momento como ese, los hombres van armados con flechas envenenadas con curare para protegerse o cazar. Una luz se hace en su mente, la posibilidad de liberarse, de salir del tormento, de estar en paz. Acerca lentamente sus manos entumecidas a la punta de la flecha, contiene la respiración, recuerda los cuentos en su shabono acerca de robos anteriores, de mujeres que fueron raptadas y nunca volvieron y sabe que ella no podría sobrevivir al sufrimiento de perder a su familia.
Ella se da cuenta de que los dos hombres están ahí porque el susurro se hace cada vez menos disimulado. Comienza a llorar por genuino miedo y como estrategia para ablandarles el corazón. Una puerta se abre y se cierra, ella pregunta si hay alguien ahí, si por piedad podrían aflojarle los amarres de las muñecas, uno de los hombres se le acerca y le dice “cálmate, no te va a pasar nada”, reconoce a el Chino y sabe que en su corazón hay una grieta por la cual ella podrá encontrar piedad. Un manantial de súplicas le sale por la boca, de juramentos de silencio e incluso, una clara indirecta acerca de estar a punto de abandonar a Sergio. El Chino balbucea palabras de tranquilidad - aquí no va a pasar nada, todo está bajo control-. Mirem responde - Chino, sácame de aquí, vente conmigo, aquí nadie nos quiere-.
Con las muñecas libres y viéndolo a los ojos, acepta sus besos, el Chino le pide perdón de rodillas y le propone huir ahora que Carlos está llamando a Sergio para pedirle el rescate, ella lo abraza mientras llora y lentamente baja la mano hasta el bolsillo en el que el Chino siempre guarda su puñal, el cual, minutos después, estará en el suelo, ensangrentado, luego de perforar la garganta de su dueño que agoniza mientras Mirem, sin mirar hacia atrás, huye de Choroní para siempre a acurrucarse debajo de su cama, maldiciendo al Caribe, en la fría ciudad de Vitoria.
La segunda decisión de mujer fértil que Shoco toma es clavar la punta de la flecha en su mano. La penetración del veneno le contrae el cuerpo, pero no emite ningún sonido. Soporta el dolor con la dignidad de quien se hace cargo de su vida. Recuerda a su madre y a su tía decorándole el cuerpo con onoto y carbón, los días de aislamiento cuando la sangre entre sus piernas anunció la noticia de su madurez, y es feliz, en medio de las sacudidas instantáneas que el curare le provoca, al saber que fue ella, y nadie más, quien decidió su destino y que en la mitad de la selva su familia encontrará su cuerpo de valiente mientras en plátano-teri se lamentarán por la pérdida de un tesoro que se malogró en el camino.
0 comentarios:
Publicar un comentario